El cielo es muy limpio.
Para empezar, si has leído algo sobre el cielo, es posible que te hayas dado cuenta de que el cielo es un lugar muy limpio, sin suciedad. El cielo tiene habitantes limpios y olores agradables. Dios Padre, Jesucristo y el Espíritu Santo son seres muy limpios.
De hecho, la intención original de Dios era duplicar el ambiente limpio y agradable del cielo y transferirlo a la tierra. Esto es exactamente lo que hizo cuando creó el Jardín del Edén. Todo en ese jardín —las plantas, la atmósfera, los ríos y todo— era agradable a Dios y al hombre (Génesis 2:9). Esta es una prueba de que la limpieza viene de Dios.
El pecado ha convertido la tierra en un lugar inmundo.
Después de que Satanás y los demonios cayeron del cielo, ya no eran seres puros. Cuando Adán y Eva pecaron, la atmósfera agradable también cesó porque el pecado abrió una puerta para que Satanás y los demonios entraran al Jardín del Edén.
Jesús y el Espíritu Santo restauraron la limpieza.
Mira también el templo de Dios en Jerusalén. Se suponía que este templo debía ser un lugar limpio y con olores agradables, pero en lugar de eso, se transformó en un mercado maloliente. Jesús vino con el gran poder del Espíritu Santo y restauró este templo a su antigua gloria y limpieza.
Curiosamente, esto es lo que Jesús hace en nuestras vidas. Cuando lo aceptamos como nuestro Señor y Salvador, Él expulsa toda impureza espiritual y física. Restaura la limpieza de Dios en nuestras vidas.
Crea tu propio cielo en la tierra.
Puedes ayudar a Dios a cumplir Su plan para tu vida y para el mundo en general creando una atmósfera limpia dondequiera que estés. Comienza a crear esta limpieza en tu dormitorio, en tu baño y luego en el resto de las habitaciones de tu casa.
Haz que el exterior de tu casa sea agradable manteniéndolo limpio y plantando hermosas plantas y flores. Transfiere esta limpieza a tu lugar de trabajo dejándolo muy limpio.
La limpieza pertenece a Dios, la inmundicia pertenece a Satanás.
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