Recuerdo un accidente de coche cerca de mi casa en el que un niño murió atropellado. En este artículo, les muestro cómo ¡El niño que volvió a la vida!
El cruce de accidentes.
Viví cerca de una intersección muy transitada que siempre era un problema para los conductores. Esta intersección no tenía semáforos, pero estaba ubicada en un punto donde una de las calles descendía por una pendiente pronunciada. Debido a la pendiente pronunciada, algunos conductores no podían controlar sus vehículos, lo que causaba accidentes.
La mañana de la muerte.
Una mañana, mientras me preparaba para ir a trabajar, oímos un fuerte estruendo en la intersección. A este estruendo le siguieron gritos y un alboroto. Queriendo saber qué había causado aquel ruido, le pedí a mi empleada doméstica que fuera a la intersección a ver qué había pasado. Regresó con malas noticias: dos vehículos habían chocado y un niño que caminaba hacia la escuela había muerto.
«Oren por ese niño», dijo el Señor.
Así que corrí de inmediato al lugar del accidente y encontré a un grupo de personas tristes y mudas, con los brazos cruzados, rodeando el pequeño cuerpo sin vida. ¡Pobrecito! ¡Probablemente mamá y papá no sepan qué le pasó a su hijito!
De repente, oí la voz del Señor que me hablaba. Era como un pensamiento, pero no era un pensamiento común.
El Señor dijo:
Pon tu mano sobre ese niño y ora por él.
Sin embargo, aunque estaba seguro de que era la voz del Señor, en el fondo de mi corazón rechacé esta instrucción. Dije en mi interior:
Señor, mira a toda esta gente. ¿Qué pensarán cuando me vean poner la mano sobre un cuerpo sin vida?
«Ora por el niño», repitió el Señor.
Mientras aún dudaba, oí la misma voz que me decía de nuevo:
¡Pon tu mano sobre el niño y ora!
Esta vez sí que estaba seguro de que era la voz del Señor, y de que sus instrucciones eran serias. Así que, fingí estar solo y obedecí sin demora. Puse mi mano derecha sobre la cabeza del niño y ordené al espíritu de la muerte que se marchara, en el nombre de Jesucristo.
El niño volvió a la vida.
De repente, oí al niño respirar profundamente. La respiración duró casi 10 segundos y sonó como aire fresco entrando a sus pulmones, ya desinflados. Fue como si el Señor hubiera soplado en su nariz aliento de vida, y el niño volvió a ser un ser viviente (ver Génesis 2:7).
Entonces, para asombro de todos, el niño abrió los ojos de par en par, con expresión de asombro, como preguntándose qué había pasado. Lo llevamos de inmediato a la clínica más cercana para que recibiera atención médica. Afortunadamente, sobrevivió.
De esta experiencia aprendí que es mejor obedecer al Señor que tenerle miedo a la gente.
